El comedor milagroso de Bonavista.
Joventut i Vida abrió hace un año este servicio para 40 personas. Hoy cocinan para más de 160 al día.
Faltan dos horas para que la persiana suba en el antiguo bar Los Gemelos, en la esquina de la calle 11 con la 24, en el barrio de Bonavista. La gente aguarda pacientemente en la acera. Charlan animadamente entre ellos. El calor es benévolo y no hay prisa. «La gente sabe que hasta la una no puede entrar a comer, pero suele venir antes y en la cola espera su turno», explican Raquel y Encarna Quílez, las responsables de la gestión del comedor social que hoy cumple un año de su apertura.
La cola va creciendo a medida que llega la hora. Hay gente muy dispar, pero todos con la necesidad de tener una comida caliente en el estómago. Con el paso del tiempo, muchos de los comensales han creado vínculos de amistad entre ellos, incluso han compartido, a pesar de la pobreza generalizada, otras cosas que el prójimo necesita, como ropa.

Foto: Lluís Milián
«Nadie viene el comedor a explicar su situación personal. Cada cual intenta sobrellevarlo de la mejor manera posible, convivir con una realidad de la que se intenta escapar», describe Encarna. Entre tanta tristeza hay atisbos de esperanza. Algunos de los comensales han encontrado un trabajo. Precario, pero un empleo, al fin y al cabo. No les sacará de pobres, lo saben, pero pueden afrontar la compra de la cesta que hace unos meses era del todo imposible. «Son historias optimistas que vale la pena resaltar», explican las dos hermanas.
Buen rollo
Con la persiana abierta, no hay tiempo para charlas. Unos 40 comensales ocupan ya las mesas de este comedor. Les servirán dos platos, postre, pan y agua. El resto forma una nueva cola en el interior del local. «Se llevarán en tuppers la comida para casa», explica Raquel.
La gente que se sienta a comer es, en su mayoría, indigente o personas que viven solas y difícilmente se defenderían en una cocina. Hay casos, recuerda Raquel, de gente a la que la soledad ha inmiscuido en un silencio permanente que solo rompen a la hora de comer. «Son usuarios que recuperan las ganas de vivir, se sienten escuchados y aquel carácter cerrado y de desconfianza se moldea con buena compañía y un plato caliente», describe Raquel.
La fotografía se repite jornada tras jornada. De lunes a viernes, en el comedor social de Bonavista. «El viernes, además, la gente se lleva una bolsa de comida para pasar el fin de semana», cuentan las hermanas. Ellas solas no obran el milagro. Hay 33 voluntarios que aportan su grano de arena para que todo funcione.
La lista de Serveis Socials
Cada uno de los 160 comensales de media que acuden al comedor deben estar en la lista de Serveis Socials del Ayuntamiento de Tarragona (algunos vienen derivados del consistorio de La Canonja). «Si no están en la lista no puedo darles de comer. Es una condición innegociable», explica Raquel. A lo largo de estos doce meses ha habido alguna baja. «Hay gente que ha encontrado un trabajo, otros se han marchado de la ciudad e incluso hay un usuario que ha fallecido», recuerda Raquel. La ausencia injustificada puede provocar la pérdida de esta ayuda social «y ellos mismos ya se preocupan de avisarte del motivo de la ausencia para evitarlo», concluye Raquel.
Primer aniversario
Hoy hace un año que abrió sus puertas. La Associació Joventut i Vida tenía en mente hace doce meses dar un paso más en sus acciones solidarias en los barrios de Ponent. Gracias a una ayuda inicial de La Caixa de 24.000 euros, pudo activar el comedor. Luego vendrían los apoyos institucionales: Ayuntamiento y Diputació. El Port, Basf y Repsol también han aportado capital para sumar poco más de 70.000 euros en este primer año.
La cifra parece suficiente. Es falso. Tres personas a media jornada, alquiler, agua, gas, luz, productos de limpieza y aquellos condimentos alimentarios que no vienen en las donaciones se llevan la totalidad de este presupuesto. Desde hace unas semanas, los números han pasado de rojo a carmesí, pero hay confianza en que el dinero que falta irá llegando.
Donaciones
Mientras Raquel intenta cuadrar los números imposibles, las donaciones de alimentos llegan de todas partes. La lista de entidades solidarias es infinita, empezando por el Banc d’Aliments, el Mercat del Camp, la Confraria de Pescadors, la Asociación Macarrón Solidario, el Caprabo de La Pineda, el Plus Fresh de Flix, las recogidas de alimentos de vecinos a título particular y de negocios del barrio, el supermercado de Loli y Salva…
«En un año de vida, nunca hemos tenido que decir no porque no nos cabía el género. Pero también te aseguro que por arte de magia siempre que nos ha faltado algo, aparecía una llamada que te ofrecía lo que nos faltaba», explica Raquel.
Ahora, en noviembre, las donaciones todavía se incrementarán. Joventut i Vida ha firmado un convenio con la Fundació Mercadona para que cada día un camión llegue hasta el comedor social y entregue aquella comida envasada que haya sobrado. «Estamos muy contentos con todos. Aunque sea invisible para muchos, la ayuda que nos prestan las tiendas, supermercados, particulares… es fundamental», añade Encarna Quílez.
El segundo año parece incierto a corto plazo, por aquello de las subvenciones pendientes de confirmar. A pesar de ello, Raquel y Encarna confían en que todo siga igual y que las instituciones y las grandes empresas instaladas en el territorio apoyen la causa. «Confiamos en que sigan apoyando esta causa que es para beneficio de todos», concluyen las dos hermanas.
Noticia original en Diari de Tarragona